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Cuando la ruta se convierte en un campo de batalla

  • Foto del escritor: agencia ultimahora
    agencia ultimahora
  • 29 sept
  • 1 Min. de lectura
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El reciente paro y la masiva marcha de los transportistas en el país no es un simple acto de protesta: es un grito desesperado por sobrevivir. Las extorsiones, secuestros y asesinatos que sufren a diario los conductores han convertido el trabajo en carretera en un oficio de alto riesgo. La violencia no solo golpea al gremio, sino que amenaza directamente la estabilidad económica y social, pues sin transporte el país se paraliza.


Resulta indignante que un sector tan vital sea abandonado por las autoridades, que parecen más preocupadas por apagar incendios mediáticos que por diseñar políticas de seguridad efectivas. La falta de protección policial, la corrupción en algunos puntos de control y la indiferencia gubernamental han creado un terreno fértil para que las mafias actúen con absoluta impunidad.


Sin embargo, no se trata únicamente de un problema de seguridad; es también una cuestión de dignidad. Los transportistas, que conectan al Perú de norte a sur, no pueden seguir pagando con su vida la ausencia de un Estado que debería garantizarles condiciones mínimas de trabajo. Sus marchas no son un capricho: son una legítima demanda de justicia y respeto.


El paro de los transportistas debe ser entendido como un llamado de alerta nacional. Ignorarlo sería empujar al país hacia una crisis aún más grave. Hoy más que nunca, corresponde al gobierno actuar con firmeza y responsabilidad, desarticulando a las mafias y asegurando que cada ruta sea un camino de trabajo, no de muerte. El transporte es la sangre que mueve a la nación; si la dejamos desangrar, el país entero se detendrá.


Redactor: Sarodi Vega

 
 
 

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