En un salón comunitario de Los Olivos, un grupo de jóvenes se reúne cada tarde entre risas y zapateos. Llevan polleras coloridas, sombreros de ala ancha y pañuelos que ondean con cada movimiento. Este es el ensayo semanal de la agrupación Tradición Viva, un colectivo dedicado a preservar las danzas tradicionales del Perú.
Foto: Instituto Continental
El Perú es una tierra de diversidad cultural, con más de 1,800 manifestaciones culturales reconocidas. Sin embargo, en un mundo donde las tendencias globales parecen arrasar con las costumbres locales, las tradiciones muchas veces luchan por mantenerse vigentes. Para los miembros de Tradición Viva, esta es una batalla que vale la pena librar.
La conexión con las raíces
Alejandra Guzmán, de 23 años, es estudiante de ingeniería y bailarina en el colectivo. “Desde niña vi a mis abuelos bailar huayno en las fiestas familiares, pero al crecer, me di cuenta de que muchos jóvenes preferían no participar. Yo quiero cambiar eso”, comenta mientras ajusta su faja de colores.
Alejandra no está sola. Según un estudio reciente del Ministerio de Cultura, el interés por las danzas folclóricas ha crecido entre los jóvenes en un 35% en los últimos cinco años. Esto se debe, en parte, al auge de iniciativas culturales en redes sociales y programas televisivos que promueven competencias de baile tradicional.
El desafío de la modernidad
Aunque el interés ha crecido, mantener vivas estas tradiciones no está exento de desafíos. Los costos de los trajes típicos, por ejemplo, son elevados debido a los materiales y la complejidad del bordado. Además, muchos jóvenes enfrentan prejuicios por practicar estas danzas.
“No falta quien diga que el folclore es cosa de ancianos”, dice Juan Carlos Fernández, director del grupo. “Pero cuando suben al escenario y ven la ovación del público, se dan cuenta de que están haciendo algo valioso.”
El impacto en las comunidades
Más allá de los escenarios, las danzas tradicionales generan un impacto significativo en las comunidades. Cada coreografía cuenta una historia: los movimientos del tinku narran rituales ancestrales de lucha, mientras que la marinera evoca el romanticismo costeño. Estas expresiones no solo preservan la historia, sino que también fortalecen la identidad cultural.
Al despedirse de su ensayo, Alejandra concluye: “Bailar es mi manera de honrar a mis antepasados. Cuando llevo una pollera, siento que todo un pueblo está conmigo. Espero que más jóvenes se animen a redescubrir lo que nos hace únicos.”
En un país donde la modernidad y la tradición parecen estar en constante pugna, movimientos como Tradición Viva demuestran que el folclore no solo sobrevive, sino que también florece, renovado por una generación que entiende que el pasado es la base para construir el futuro.
Elaborado por: Dayanara Huamani
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