Había una vez un pequeño pueblo llamado Verdeluz, escondido entre verdes colinas y bañeras por ríos cristalinos. Los habitantes de Verdeluz vivían en armonía, y su secreto estaba en cómo cuidaban su salud y bienestar, algo que todos los pobladores tomaban muy en serio.
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Cada mañana, el aire fresco traía un aroma a hierbas y frutas que los aldeanos cultivaban en sus jardines. Era una tradición en Verdeluz que al despertar, cada persona bebiera una infusión de hojas de menta y flores de manzanilla, algo que les daba energía y los mantenía tranquilos durante el día.
El doctor del pueblo, un hombre sabio llamado Don Florencio, siempre decía: "La salud no es solo la ausencia de enfermedad, sino el cuidado constante de nuestra alegría y de nuestro cuerpo." Era su lema, y todos en Verdeluz lo seguían con entusiasmo.
Los niños aprendían desde pequeños la importancia de cuidar sus cuerpos, no solo con alimentos saludables, sino también con juegos que les enseñaban a moverse y a disfrutar al aire libre. Cada semana, el pueblo organizaba una gran reunión en la plaza, donde jugaban y bailaban al ritmo de música alegre.
Una vez al mes, Doña Amalia, la anciana más querida del pueblo, organizaba un festival de sabores y colores. Cada familia llevaba una receta tradicional, hecha con los ingredientes más frescos. Era una celebración de la comida saludable y de cómo, con cuidado y amor, las personas podían nutrirse y fortalecer su cuerpo.
En Verdeluz, también aprendieron que la salud incluía una mente en paz. Por eso, el tiempo de la siesta era sagrado. Cada tarde, después de la comida, los habitantes descansaban bajo la sombra de los árboles o en el interior de sus casas. Este pequeño tiempo de descanso les ayudaba a mantener una energía positiva y renovada para el resto del día.
Don Florencio y Doña Amalia solían contar historias sobre tiempos antiguos, cuando los pueblos no sabían cómo cuidarse y enfermaban con frecuencia. Estas historias recordaban a los habitantes de Verdeluz que su bienestar dependía de los hábitos que cultivaban, del respeto hacia la naturaleza y de la bondad con la que trataban sus cuerpos y mentes.
Así fue como Verdeluz floreció año tras año. Su gente, fuerte y alegre, creció en un lugar donde la salud no era solo una palabra, sino una forma de vida, una historia de amor por el propio bienestar y por el cuidado de unos a otros.
Y así, los habitantes de Verdeluz vivieron largos años, con corazones y mentes llenas de paz, agradecidos por haber aprendido que la salud es un tesoro que se cuida cada día.
Redactado por: Dayanara Huamaní
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