Fuente: Heraldo de Aragón
En un pequeño pueblo cubierto de nieve, donde la Navidad iluminaba cada rincón, vivía Nicolás, un relojero de manos hábiles y corazón generoso. Cada año, los habitantes esperaban la llegada de la estrella navideña más brillante, que se colocaba en lo alto del árbol del pueblo como símbolo de esperanza y unión. Pero aquella Navidad, algo extraño sucedió: la estrella no apareció en el cielo. Sin ella, las luces del pueblo parecían opacas, y un aire de desánimo se extendió entre los vecinos. Nicolás, preocupado, revisó sus antiguos relojes estelares y descubrió que algo había alterado el curso de la estrella.
Esa noche, mientras caminaba por el bosque con una linterna, encontró a un misterioso reno que parecía perdido. Sus ojos brillaban como si contuvieran fragmentos del cielo. El reno, como si lo entendiera, inclinó su cabeza hacia el norte, invitándolo a seguirlo. Nicolás tomó su mochila, llena de herramientas y un viejo reloj que había pertenecido a su abuelo, y emprendió el viaje. Tras cruzar montañas y ríos congelados, llegó a un valle escondido, donde un espeso manto de sombras cubría el cielo, apagando las estrellas. Allí descubrió que un espíritu sombrío, resentido con la alegría navideña, había capturado la estrella para robar su luz.
Armándose de valor, Nicolás ideó un plan. Sabía que la estrella respondía a la fe y la esperanza de las personas, así que sacó su reloj especial y lo ajustó para marcar la "hora del milagro", un momento donde los deseos más puros podían cobrar vida. Con la ayuda del reno, que lanzó un potente resplandor desde sus ojos, Nicolás reflejó la luz en el reloj, formando un haz brillante que atravesó las sombras. El espíritu, debilitado por la intensidad de la luz, soltó la estrella, que ascendió al cielo con un brillo dorado que iluminó todo el valle.
Cuando Nicolás regresó al pueblo, la estrella ya estaba en lo alto del árbol, brillando como nunca antes. Las campanas resonaron, los niños rieron y los villancicos llenaron el aire. Nadie supo exactamente qué había sucedido, pero Nicolás, desde la ventana de su taller, sonrió al ver cómo el espíritu de la Navidad había vuelto. Sabía que su valentía y amor por su gente habían salvado algo más que una tradición: habían restaurado la magia que unía sus corazones cada Navidad.
Rectadora: Rei Hinojosa
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