Fuente: The Home Depot Blog
Nicolás era un hombre sencillo, de mirada cálida y sonrisa permanente, que vivía en un pequeño pueblo donde la Navidad llegaba envuelta en frío y luces parpadeantes. Todos los años, sin falta, él decoraba su modesta casa con esmero, colocando un árbol que iluminaba la ventana principal. No tenía familia cercana, pero dedicaba su tiempo a ayudar a los demás: regalaba leña a los ancianos, repartía juguetes a los niños y preparaba comidas calientes para quienes no tenían hogar. Para los habitantes del pueblo, Nicolás era el espíritu navideño encarnado.
Sin embargo, este año algo era diferente. Nicolás había perdido su empleo y, aunque no lo decía, su situación económica era complicada. Aun así, se las arregló para continuar con sus gestos de bondad, utilizando lo poco que tenía. "La Navidad no se trata de lo que tienes, sino de lo que compartes", solía decir a quienes se preocupaban por él. Sus palabras resonaban, pero pocos sabían cuánto le costaba mantener esa esperanza viva en medio de sus propias dificultades.
Una noche, mientras dormía junto a su árbol decorado, escuchó un ruido extraño en la puerta. Al abrirla, encontró un saco lleno de provisiones, regalos y cartas de agradecimiento de los vecinos. La gente del pueblo, conmovida por todo lo que Nicolás había hecho por ellos, decidió retribuirle su generosidad. En ese momento, Nicolás entendió que su bondad había sembrado algo más grande de lo que imaginaba: una comunidad unida por el espíritu de dar.
Ese año, la Navidad fue más brillante que nunca para Nicolás. No por los regalos o la comida, sino porque por primera vez en mucho tiempo se sintió profundamente acompañado. El pequeño pueblo se convirtió en su familia, y él, en el corazón que mantenía viva la calidez de las fiestas. Desde entonces, todos recordaron aquel invierno como el milagro que unió a todos gracias a la fe y la bondad de un hombre llamado Nicolás.
Rectadora: Rei Hinojosa
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